domingo, 23 de noviembre de 2014

El Primer Hombre Biónico

Al principio lo llamaron Rex, acrónimo del término 'robotic exoeskeleton' (exoesqueleto robótico). Pero poco después rebautizaron a la criatura con el nombre de Frank, en un guiño a Frankenstein. Frank necesitaba un riñón y se lo donaron. Le hacía falta un páncreas... y consiguió uno. Lo mismo ocurrió con su corazón, la tráquea o los ojos. Frank no es una persona. Tampoco es exactamente un hombre biónico, aunque el documental que narra su gestación se llame precisamente Cómo construir un hombre biónico. Viene a ser, en realidad, un espectacular escaparate con los últimos desarrollos en lo que a implantes y prótesis biónicas se refiere. Ha sido creado por la compañía británica Shadow Robo, y hasta el principal responsable de esta empresa Richard Walker se ha quedado sorprendido por la cantidad de órganos del cuerpo humano que ya se pueden crear en un laboratorio: más de un 60 por ciento de nuestro organismo ha sido creado artificialmente en el cuerpo de Frank. Tiene piernas capaces de andar, brazos, una tráquea, riñones, un corazón que bombea sangre artificial...
Cada una de sus partes ha sido creada en un rincón del mundo: desde California hasta Nueva Zelanda, pasando por Alemania o Gran Bretaña. Y todas ellas están destinadas a utilizarse en un futuro como reemplazo de órganos enfermos o amputados en un cuerpo humano real. El precio de todos ellos alcanzaría, de no haber sido donados para el proyecto, un millón de dólares (algo más de 800.000 euros). En muchos casos se trata de prototipos en fase experimental. Y, de momento, Frank no está completo. Le falta un aparato digestivo y lo más importante de todo: un cerebro. Tiene, eso sí, un rostro: el del psicólogo social de la Universidad de Zúrich Bertolt Meyer, protagonista del documental en el que el mismo relata el desarrollo de su versión biónica. 
Experimentos como el del 'hombre biónico' abren un gran debate ético. Los científicos tienen claro que llegará un día en el que podamos crear órganos que funcionen mejor que los que la naturaleza nos ha dado. ¿Qué ocurrirá entonces? ¿Habrá quien opte por sustituir un órgano sano por una versión biónica más efectiva? Quizá un día exista un mercado prostético orientado a quien quiera incrementar sus capacidades.




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